Celebrar la vejez es negarse a verla como una decadencia y verla como una ascensión. Lleva con orgullo cada arruga como una medalla de vida, cada recuerdo como un tesoro. Es comprender que la experiencia no es una carga, sino una luz a transmitir.
La felicidad no es un lujo, es una elección, una postura, una energía a cultivar. Así pues, atrevámonos, sin medias tintas, sin esperar a mañana, porque la vida no nos debe nada: ¡está en nosotros iluminarla!